Páginas

lunes, 17 de septiembre de 2012

Visiones de تطوان / Tetuán / Tétouan

Vista de Tetuán desde una azotea. 
Las montañas nubladas del Atlas: ¿quién dijo que Marruecos era un país caluroso y desértico?



Hace algún tiempo dejamos la historia de Marruecos 2009 en la estacada mientras salíamos de Assilah. Es extraño que no haya decidido retomar esta historia, pues fue una de las más interesantes y profundas que he tenido el gusto de vivir. Bajo la beneplácita guía de Ali (y su paciencia para pegarse la paliza de conducir todo el rato, pues como mencioné en cierto post, aún no tengo el carnet) pude aventurarme en un país que a ratos nos parece tan cerca y a ratos tan lejos desde el norte del Estrecho de Gibraltar.

La carretera que lleva desde Assilah hasta Tánger y Tétouan.

Vista de Ceuta desde la carretera. 

Sí, esperaba incrementar mis aptitudes intelectuales en esta ciudad. 

Vista de la ciudad desde el párking de la Avenue Alger.  


Desde nuestra llegada a Marruecos apenas dedicamos tiempo a ver la ciudad; nos apresuramos, en cambio, en tomar el coche dirección Rabat para visitar a la prima de mi compañero, Yasmine, que nos esperaba allí. A la vuelta desde Assilah decidimos que la estancia en Tetuán (o Tétouan en francés, تطوان /Tiṭwān/ en árabe) era imperativa.


Ali y yo frente al palacio del rey (Place Hassan II). Estaba vallado y no se podía pasar. 


En una tienda de la Avenue Mohamed V, que atraviesa la Plaza Moulay el Mehdi  y llega hasta la Place Hassan II, decidí comprarme una shisha. Al cambio me salió a lo que equivale fumarse una, una sóla vez, en una tetería en Sevilla. 

El palacio del rey Mohamed V. Según me contaron y pude ver por la cantidad de obras nuevas que había en la ciudad, el rey actual tiene un gran aprecio por las ciudades del norte, razón por la cual se ha instalado una residencia veraniega en Rincón (M'diq), muy cerca de Tetuán. Por ello se está invirtiendo mucho dinero en la ampliación y mejora de las infraestructuras en el norte del país. 


Creo que a pesar de mi gusto por pasar desapercibido en los países a los que voy, mi cara de guiri era inconfundible. La mujer de marrón de mi espalda lleva un pañuelo en la boca, que es parte de la vestimenta tradicional de las mujeres que viven en las montañas del Atlas. 

Lo primero que me sorprendió ver en Marruecos fue el asombroso parecido en el ambiente que reina en el norte de Marruecos y en el sur de España. Más allá de las diferencias culturales y religiosas; más allá del cortísimo brazo de mar que nos separa y de cientos de años de guerras, conflictos ideológicos, tensiones y fronteras cerradas; por encima de todo existe un nexo común que une a los andaluces a los marroquíes, si bien tal impresión fue (para mí) mucho más fuerte en el norte que en Rabat. Mi experiencia es incompleta para afirmar algo así; Casablanca, Marrakech, Agadir y Fez (algún año próximo, espero) establecerán un juicio definitivo.

Entrada al zoco y a la Avenue Msalla Lakdima, o entrada al barrio de Tarrafin, el gremio de los vendedores de oro. 

Los comercios en la medina se organizan al estilo de las antiguas ciudades medievales: los gremios se distribuyen por calles. Esta instantánea es de la calle de los joyeros. 

Una imagen de una callejuela en la medina. La vestimenta y la apariencia de los marroquíes es una cosa de lo más plural: a menudo se ven personas de tez asombrosamente blanca y pelo pelirrojo y ensortijado, que son los habitantes naturales del Atlas antes de la llegada de romanos, bereberes y árabes, o bien personas con rasgos negroides, típicas del sur del Sáhara Occidental y Mauritania. Además, la costumbre del pañuelo en Marruecos no es algo obligatorio, sino que lo llevan las mujeres que quieren. 

En las calles de los tejedores la vida transcurre tranquila, sin prisas; el bullicio de la medina a veces confunde y puede abrumar al visitante que no esté acostumbrado, pero la esencia misma del tiempo parece otra. 

Puesto de telas de una campesina (al fondo a la derecha, con el gorro de colores típico, shashiya). 

En los pueblos cercanos a la costa, a los que me gustaría dedicar otro capítulo, reina un ambiente muy similar a los pueblos del sur de España. Hermanados por una cultura árabe común y fuertemente arraigada tanto en uno como en el otro lado del Estrecho, además existe un savoir vivre, una especie de filosofía eminentemente mediterránea, basada entre otras en un fuerte sentimiento familiar, una gran hospitalidad, una manera de ver la vida más relajada  y una buena dieta, para la que tomarnos el tiempo justo y necesario para recolectar los alimentos, cocinarlos, sazonarlos y saborearlos.


Con tan sólo probar las fresas marroquíes uno se siente en el cielo. Se comprende perfectamente por qué los productores españoles nunca quisieron dejar pasar los camiones de fresas en el sur. 
Los marroquíes prestan una especial atención a sus ornamentadas puertas. Puede que una de ésas valga más que un coche. 

Según Ali es posible encontrar de todo en  la medina de Tetuán. Un hombre una vez llegó a encontrar un Stradivarius auténtico y lo compró por un precio ridículo. Aquí encontré yo un duro de Alfonso XII (1882, podeis verlo a la izquierda) por el equivalente de 2009 de un euro (unos 10 dirham).

Las casas de la medina se curvan unas sobre otras; a veces uno no sabe dónde está arriba y dónde abajo, y por supuesto olvida la orientación de los puntos cardinales. Como introducirse en una paradoja espacial de la película Inception (Origen). 

Por desgracia España se ha europeizado tanto que muchas veces olvidamos que nuestra cultura realmente nos ha enseñado esto; la tasa de obesidad infantil y mórbida se multiplica, la comida basura tiene más tirón, prospera el comer mal y rápido y uno no se toma el tiempo necesario para dedicar a la comida el tiempo justo que debe dedicarle. En Marruecos, afortunadamente, nos recuerdan lo que realmente somos y lo que realmente queremos.


Una instantánea del paso del tiempo en el Marruecos actual. Alí y su móvil bajo los arcos de ladrillo de la medina. 

Todo se puede vender y comprar en la medina, considerada patrimonio de la UNESCO; debería hacer una entrada dedicada a las puertas de las ciudades de Marruecos. 


Mi cara de niño perdido y yo. No os esforcéis en buscar un mapa de la medina; es algo imposible. Si queréis disfrutarlo, haceos amigos de un tetuaní y que os lleve, es lo más sensato. 

Juro que he visto patios como éste, de un pequeño hotel que encontramos en la medina, en casas de Sevilla y Cádiz. 


Otro punto a considerar es la familia. Ali es capaz de nombrar decenas de primos segundos y terceros, familia en principio que parece lejana, pero a los que conoce bien. Un punto más a favor contra el individualismo occidental que tan en boga está ahora en nuestro país, pero que aún no ha llegado a niveles nórdicos tales como considerar que los padres son sólo ésos que te pagan todo hasta que puedes valerte por ti mismo (motivos culturales por otra parte que debemos respetar, pero que no debemos adoptar).

Mi cara de asombro al ver lo que se escondía tras cada pobre esquina encalada es evidente. Aquí estamos en el recibidor de un hotel (cuyo nombre no puedo recordar...) en la medina. 


Había pocos que no deseaban que fotografiásemos sus tiendas. La amabilidad (y a veces una cierta insistencia) caracterizan a los vendedores de la medina.  

Había tantos arcos en algunas calles que uno podía imaginarse recorriendo la medina sin pisar una sola vez el suelo, escapando quizás de alguien. La imaginación vuela, enriquecida por las películas y juegos de nuestra infancia. 

Llegar a las calles de los curtidores y los tintes es un paseo curioso en el que la luz empieza a perderse y el aire se hace más húmedo cada vez. Las miradas sospechosas se multiplican. Nos empezamos a sumergir en un relato de Lovecraft. 


La hospitalidad es uno de los puntos fuertes de la cultura árabe  y que ha enraizado bien en muchos pueblos de la costa mediterránea; no obstante, en Marruecos llega hasta niveles que para los turistas “del norte” puede resultar hasta abrumadora. Según oí, “un árabe puede ofrecer a su huésped hasta su hijo”, mientras que un proverbio árabe dice “la nobleza del árabe se detecta en la mesa que ofrece al huésped”. Los brazos me acompañaban siempre abiertos en cada persona nueva que conocí, en cada evento social al que asistí, y todos ellos trataron de hablarme en el mejor español que podían.

Vista general de una de las calles de curtidores. No muy lejos se encontraban las piscinas artesanas de tintado de telas y lanas. 

Olvídate de conducir algo más grande que una bici en calles como ésta. 

Este hombre tan simpático casi nos pidió que entrásemos a hacer fotos. 


Tetuán es blanca, blanca como las ciudades andaluzas, blanca como el Albaicín granadino y blanca como los pueblos de la Serranía de Ronda. La blancura de sus calles, inmaculadas a pesar del paso inconstante de personas y vehículos, de años y de procesos históricos, transmite una sensación de frescura, de pureza; a simple vista uno podría juzgarla una ciudad sagrada, si bien los que viven en ella son, como en todos lados, seres humanos. La hermosura de la ciudad se llena del modo de vida de sus habitantes, más despacito que en otras ciudades, sin prisas por convencer ni abrumar ni ambiciones mayores que las casas de las personas.


Vista de Tetuán desde un tejado en la medina al caer la tarde. 

A Tetuán se la llama también "La paloma blanca" por evidentes razones. 


No hay que olvidar que Tetuán es la ciudad de un país principalmente musulmán, con un código civil basado en ciertos preceptos islámicos, aunque a veces, según sus habitantes, se olviden. El Corán rige los aspectos importantes de la cultura tetuaní y llegan a verse escritos fragmentos de Suras en los soportales de los edificios (una costumbre curiosa a ojos de un extranjero), aunque a veces las costumbres locales se antepongan a sus leyes y aunque la presencia de bebidas alcohólicas en supermercados muestre que sus gobernantes tienen a veces ciertos lapsos de memoria.


Una mezquita en la medina. 


Tienda de telas, alfombras y artilugios varios en la medina. Jamás comprenderé para que sirven algunos de ellos. 

Ésta es una  tienda un poco más pensada para turistas, aunque no abundan de éstas en la medina, y tampoco abundan los vendedores que no quieren que hagas fotos a su comercio, como es éste caso. Los instrumentos de madera, las zapatillas de esparto y los bolsos de cuero a la puerta son algunas de sus características. 


Los rezos en Tetuán son algo hermoso de contemplar y de vivir. Si bien no entré en ninguna mezquita, sentí de alguna forma una especie de bendición temporal en el momento de los rezos. No es una broma: cuando los almuecines llaman al rezo por los megáfonos de las mezquitas de toda la ciudad, si uno se encuentra a las afueras o bien se sitúa en una posición privilegiada desde la que divisar la colina sobre la que se sitúa, siente a su alrededor una atmósfera de quietud, de armonía y de paz, en la que todo se detiene en el tiempo, como si existiera algo más allá que nos divisara desde un televisor y decidiera pausar la película. Yo mismo observé todo esto y afirmo, al estilo de los viejos escolásticos medievales, que todo es verdad porque lo vieron nuestros ojos.

En esta cafetería-bar a las afueras de la ciudad tuve una experiencia verdaderamente fantástica. Ali se retiró a rezar y mientras yo le esperaba en la terraza, desde la que escuchaba todos los ruidos de la ciudad, sonaron los cantos de los almuecines, se detuvo el ruido de los motores, de los animales y hasta de las personas; el aire se tornó fresco y el tiempo pareció detenerse. Tras unos minutos que imaginé que eran los propios del rezo sentí el piar de un pájaro cercano, oí el mugir de una vaca y se detuvo la brisa, volviendo el calor de la media mañana. Los coches volvieron a sonar a lo lejos. Una experiencia así es totalmente real y posible en una ciudad como Tetuán. 

Vista de la otra cara de la ciudad (al sur). 

Al alejarnos apenas unos kilómetros de Tetuán encontramos sitios pintorescos propios del Marruecos rural, esta anciana lleva una ropa parecida a la campesina que nos encontramos en la medina. 


La humildad de los habitantes de Tetuán que integran el tejido productivo artesanal de la ciudad sorprende a todo visitante del “norte” que haya sido espectador en otros tiempos de la forma de hacer las cosas y del cambio que han sufrido con la globalización. Marruecos se renueva y se mejora, en especial el Norte, y un buen testigo de ello es la construcción del nuevo puerto de Tánger y los movimientos sociales que llevaron el año pasado a la redacción de una nueva Constitución. Las estaciones de bus se amplían y las autopistas se extienden hasta el Sáhara. Pero el corazón y alma de Marruecos se mantienen intactos en lo más profundo de sus zocos y medinas, en las tiendas artesanas de objetos de cuero, en los puestos de esparto y lana de los campesinos, en las zapaterías, en las tintorerías al aire libre y en los puestos callejeros de comida.


Las pieles de cabra y las lanas de oveja se introducen en estas piscinas para lavarlas y tintarlas. 

En estas piscinas se dejan las pieles con diferentes colores de tinte. 

Telas apiladas tintadas de rojo. Las hierbas pugnan por crecer hasta en los sitios más insospechados. 

Por lo general no tuvimos problemas para hacer fotos hasta en el mismísimo culo del mundo, en la parte más perdida de la medina. A todo ello contribuyó muchísimo el fluido dariya (dialecto del árabe hablado en Marruecos que incorpora elementos del español y del francés) de Ali. 


En Tetuán las calles trepan hasta lo alto de la colina sobre la que se asienta; en el cénit de ésta se encuentra el antiguo cuartel de las Tropas Regulares de Tetuán, compuesto tanto por marroquíes a sueldo como por españoles, que solían ser los oficiales. No está de más recordar la peliaguda relación política de España con Marruecos. Las tensiones y disputas por el control de Ceuta, Alhucemas, Melilla y otros cascotes sin importancia en mitad del mar son tristemente conocidas por todos. También las desastrosas campañas españolas en el Rif a principios de siglo; la bárbara guerra química de Luis de Marichalar y Monreal, abuelo de Jaime de Marichalar, que solicitó en los años veinte la fabricación e importación de miles de bombas de gas mostaza a Alemania sobrantes de la primera Guerra Mundial y que algunos consideran responsables de la alta tasa de cáncer en la región. La guerra del Rif se saldó con desastrosas consecuencias también para el bando español; prueba de ello es que cuando se intentó realizar un informe para investigar las causas del famoso desastre de Annual, en el que 10000 soldados españoles perdieron la vida, se dio un golpe de Estado para evitar la reacción al impacto que este informe podría tener en la sociedad española. Además, tras la campaña de 1921-1927 el teniente coronel Francisco Franco fue elevado al rango de general y ganó una –infame– fama mundial, fama que empleó en los sucesos que ya conocemos diez años más tarde y que sumieron al país en un profundo atraso cultural, político, científico y económico durante al menos cuarenta años más.


Antiguos cuarteles de los Regulares de Tetuán de la época del Protectorado Español (1913-1956)

¿Dónde están esos franceses? (Tborida, rifle al estilo del que usaba la antigua caballería rifeña, empleado hoy en día en algunas ceremonias militares). 

En Marruecos tres cosas son baratas: la comida, los pisos y la gasolina. Precios de una gasolinera en Ceuta en abril de 2009. 


Como siempre, en cada viaje hago mis votos con la religión del TrancaroLeo.


La historia de Marruecos, así como los cimientos más elementales de su sociedad, están íntimamente ligados a los del sur de España. Es necesario que muchos de nosotros volvamos a observar aquellas cosas que hemos olvidado y que nos abramos para que muchos marroquíes puedan aprender asimismo de nosotros, y sobre todo y ante todo nunca olvidarnos de que un cachito de mar como el que nos separa bien puede recorrerse en una simple lancha.


Y digo yo, si una simple lancha puede cubrir esta distancia, ¿qué mente no podría hacerlo?


K. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario